El suave vaivén de la embarcación me acunó mientras dejábamos atrás la ría de Vigo, con la promesa de una noche diferente. Mi destino: las islas cíes camping bungalows y la experiencia singular de dormir en uno de los paraísos naturales más hermosos. Había oído hablar de la belleza salvaje de este archipiélago, pero pasar la noche allí, cuando el último ferry de la tarde se lleva consigo a la mayoría de los visitantes, es adentrarse en otra dimensión.
Llegar al camping fue sencillo. Tras desembarcar y recoger mi equipaje, seguí el sendero que serpentea entre la vegetación hasta divisar las pequeñas estructuras de madera. Mi bungalow era modesto pero acogedor, con lo esencial para una estancia cómoda: camas, una pequeña mesa y la impagable sensación de tener la naturaleza a tiro de piedra. No había lujos superfluos, y esa era precisamente parte de su encanto. La verdadera riqueza estaba fuera, esperando a ser descubierta en la quietud de la tarde.
Con el sol comenzando su descenso, pintando el cielo de tonos anaranjados y rosados, me aventuré a explorar. La playa de Rodas, habitualmente bulliciosa, se transformó en un remanso de paz. Caminé por la arena fina, sintiendo la brisa marina y escuchando únicamente el sonido de las olas rompiendo suavemente en la orilla. La ausencia de multitudes permitía apreciar cada detalle: la transparencia increíble del agua, la vida que se agitaba entre las rocas, la majestuosidad de los acantilados.
La noche cayó con una lentitud deliciosa. Desde la terraza de mi bungalow, la vista del cielo estrellado era sencillamente sobrecogedora. Lejos de la contaminación lumínica de la ciudad, las constelaciones brillaban con una intensidad inusitada. El silencio era casi total, roto solo por los sonidos nocturnos de la naturaleza. Cenar algo sencillo al aire libre, bajo ese manto de estrellas, fue una experiencia íntima y memorable.
Dormir en el bungalow fue reparador. El aire puro de la isla invitaba a un sueño profundo. Al despertar, el primer rayo de sol colándose por la ventana fue la señal. Salí y respiré hondo. El camping empezaba a desperezarse lentamente, pero la isla aún conservaba esa quietud mágica de las primeras horas. Desayunar con esas vistas, con la promesa de un día explorando los senderos y calas de las Cíes, confirmó que pasar la noche aquí fue la mejor decisión. Es una inmersión total en la naturaleza, un respiro necesario, una experiencia que te conecta con lo esencial y te recuerda la belleza de desconectar para reconectar contigo mismo y con el entorno.