Alquiler de lanchas: disfruta del mar a tu ritmo

Cualquier persona que haya puesto un pie en las Rías Baixas o en su espectacular costa sabe que Galicia se vive con los cinco sentidos. Pero si realmente quieres saborear la libertad de estas aguas al viento, deberías plantearte seriamente el alquiler lancha Sanxenxo. ¿Por qué? Porque mientras todos los mortales buscan acomodo en la arena, tú puedes tener barra libre de mar azul, brisa fresca y calas secretas en las que la única competencia por espacio será una gaviota curiosa. No es una exageración: la perspectiva es diferente cuando navegas a tu propio ritmo y dejas atrás la orilla rebosante de sombrillas y gritos infantiles, como si fueras el protagonista de tu propia película de aventuras (o al menos uno de esos anuncios con música motivadora y planos a cámara lenta).

Sanxenxo, ese pequeño gran paraíso al que peregrinan, móvil en mano, hordas de urbanitas en busca del selfie perfecto, tiene más rincones sorprendentes de los que podrías imaginar. Aquí es donde nacen los atardeceres con personalidad, esos que dan envidia en redes sociales y que sólo pueden capturarse desde el mar, navegando tú, el capitán, al timón. Hay algo de terapéutico en esa sensación de poder. No, en serio, prueba a mirar atrás y ver cómo el muelle se hace pequeño, y notarás la magia de la distancia justa: lo suficiente como para respirar hondo y dejar en tierra el estrés, pero cerca para seguir escuchando los chismes de las gaviotas. Porque en el fondo, el mar no solo calma, también cura.

¿Quién pensó que disfrutar de la costa gallega debería limitarse a plantar la toalla durante horas y esperar que el bocadillo de tortilla sobreviva al ataque indiscriminado de arena? La experiencia de surcar las aguas a tu aire tiene ese algo especial que transforma cualquier escapada en un pequeño viaje iniciático, ese en el que eres dueño de tu tiempo y decides cuándo parar, nadar, pescar o tumbarte a leer un libro sin prisa. Si eres de los que temen perder el control (o las llaves de la lancha, que tampoco es cuestión de convertir la odisea en comedia), siempre puedes lanzarte con patrón, y así dedicarte exclusivamente a la contemplación y al postureo, que también es deporte local.

Los más escépticos pueden pensar que se trata de un capricho reservado sólo a selectos navegantes. Aquí hay noticia: ni hace falta tener el carné de capitán Nemo ni hace falta romper la hucha del cerdito para darse este lujo. El sector se ha modernizado tanto que reservar online el paseo ideal es cuestión de minutos; incluso puedes elegir entre modelos, marcas, tamaños y, por supuesto, si tu playlist de veraneo merece altavoces náuticos de calidad. Y si lo tuyo es el plan gourmet, prepara la nevera: esa sensación de abrir una botella fría cuando solo se oye el rumor del agua es el auténtico maridaje gallego que no te cuenta ninguna guía turística.

No tienes que ser aventurero de corazón ni un hacha de la brújula para enamorarte de lo que ofrece el litoral de Sanxenxo visto desde el agua. Las islas Ons, con sus playas de arena impoluta y aguas que invitan a chapuzones casi temerarios (vale, el agua está fresquita, qué le vamos a hacer), miradores imposibles y recovecos perfectos para perderse, dejan claro que la naturaleza gallega tiene una carta secreta reservada solo a los que se atreven a zarpar. Y no olvidemos esos momentos de silencio interrumpidos únicamente por el chapuzón de los peces: son el mejor antídoto contra el ruido omnipresente del verano.

Por si estuvieras pensando en las benditas fotos para dejar boquiabierto el grupo de WhatsApp, es cierto, la embarcación suma puntos en cualquier álbum. Selfies con la brisa en el pelo (o despeinados, que aquí todo sienta bien) y paisajes que parecen retoques digitales, pero no lo son. Además, la satisfacción de regresar a puerto cuando el sol cae y tener la impresión de que el día ha cundido por dos, solo se entiende después de una jornada flotando sobre tus propias reglas.

Aquí todo pasa despacio. Ni el reloj ni el motor tienen prisa. Puedes dedicarte a observar los veleros que cruzan el horizonte, identificar constelaciones en la noche o simplemente dejarte embriagar por esa mezcla de sal y libertad que se mete por los poros. Hay una revolución silenciosa que ocurre entre boya y boya: la del viajero que aprende a mirar diferente su destino, no solo a pie de playa, sino buceándolo, navegándolo, viviéndolo.

Así que la próxima vez que veas una lancha surcando el mar desde la orilla, da un paso más y conviértete en parte del escenario. La diferencia entre estar en la foto o hacer la foto la marca un simple gesto: animarte a mirar Sanxenxo desde el agua. Porque solo así descubrirás que el verano puede tener otro sabor, el del salitre y la improvisación, muy lejos de las rutinas de cada día y, desde luego, de los charcos de arena junto al chiringuito.