La mina y la pinta de vino

Cada vez estamos más cerca de que la minería de carbón sea solo un recuerdo en regiones como Asturias. Y aunque hay mucha gente por allí que todavía siente nostalgia de aquellos tiempos, no es mi caso. Y lo dice alguien que procede de familia de mineros. Cada uno tiene su historia pera esta es la mía.

Mi abuelo fue minero, pero nunca soportó la mina. Son esas cosas que, en realidad, nunca se dicen y solo uno se entera mucho años después, cuando se “desclasifican documentos e informaciones”. La historia oficial dice que mi abuelo, como muchos otros hombres que compartieron con él sangre, sudor y lágrimas, trabajaban como valientes en uno de los peores trabajos del mundo. Que lo hacían con honor y dedicación. Pero, en realidad, a mi abuelo, y supongo que a muchos otros más, lo destrozó la mina.

Para alguien que nunca ha puesto el pie en una mina de carbón resultará difícil entender la dificultad de ese trabajo. A mi abuelo no lo mató directamente la mina, no murió allí como otros muchos compañeros, sino que lo mató un carcinoma de higado. Porque mi abuelo empezó a beber a los pocos meses de entrar en la mina. Y nunca lo dejó.

Era una costumbre que asumieron muchísimos mineros. Después del trabajo y antes de ir a casa era parada ‘obligada’ alguna de las tascas del pueblo, donde hablar de fútbol, de política y otras historias, tratando de olvidarse durante unos minutos de la dichosa mina. Nadie lo criticaba, se veía como algo normal: una pinta de vino después de la mina. Pero luego eran dos, después tres… Y lo peor de todo es que algunos de los trabajadores no bebían solo después de bajar a la mina, sino antes… con el peligro que eso conllevaba para ellos y sus compañeros.

Durante mucho tiempo, el alcoholismo fue un tema tabú en muchos de los pueblos mineros. La gente bebía, pero nadie era alcohólico. Pero la cirrosis de mi abuelo que derivó en un carcinoma de hígado no vino del aire húmedo del pueblo, sino de los horrores de las profundidades de la mina.